La
batalla de Salta fue un enfrentamiento armado librado el 20 de febrero de 1813
en Campo Castañares, hoy zona norte de la ciudad de Salta, en el curso de la
Guerra de la Independencia.
El
Ejército del Norte, al mando del general Manuel Belgrano, derrotó por segunda
vez a las tropas realistas del brigadier Juan Pío Tristán, a las que había
batido ya en septiembre anterior en la batalla de Tucumán.
La
rendición incondicional de los realistas
garantizó el control del gobierno
rioplatense sobre buena parte de los territorios del antiguo Virreinato del Río
de la Plata, aseguró la región y permitió a los patriotas recuperar,
provisoriamente, el control del Alto Perú.
Belgrano
aprovechó la victoria patriota de la Batalla de Tucumán, librada los días 24 y
25 de septiembre de 1812, para reforzar su ejército. En cuatro meses logró
mejorar la disciplina de las tropas, entrenó y reclutó efectivos como para
duplicar su número. El parque y artillería abandonados por Tristán en la anterior
batalla le había permitido organizarse con mucha mayor soltura. A comienzos de
enero, emprendió la marcha hacia Salta. El 13 de febrero, a orillas del río
Pasaje, el ejército prestó juramento de lealtad a la Asamblea Constituyente que
había comenzado a sesionar en Buenos Aires pocos días antes, y a la bandera
albiceleste diseñada por Belgrano.
Tristán,
entretanto, había aprovechado la ocasión para fortificar el Portezuelo, único
acceso a la ciudad a través de la serranía desde el sudeste; la ventaja táctica
que esto le suponía hubiera hecho el intento imposible, de no ser por el
superior conocimiento de la zona que los lugareños aportaran.
El
capitán Apolinario Saravia, natural de Salta, se ofreció a guiar el ejército a
través de una senda de altura que desembocaba en la Quebrada de Chachapoyas,
que les permitiría empalmar con el camino del norte, que llevaba a Jujuy, donde
no existían fortificaciones semejantes. Aprovechando la lluvia que disimulaba sus
acciones, el ejército emprendió la marcha a través del áspero terreno,
avanzando lentamente a causa de la dificultad de transportar los pertrechos y
la artillería.
El
18 de febrero se apostaron en el campo de los Saravia, mientras el capitán,
disfrazado de indígena llevaba mulas cargadas de leña hasta la ciudad, con la
intención de informarse de las posiciones tomadas por la tropa de Tristán. El
día 19, gracias a la inteligencia de Saravia, el ejército
marchó
por la mañana con la intención de acometer las tropas enemigas al amanecer del
día siguiente. Tristán recibió noticia del avance, y dispuso sus tropas para resistirlo;
alineó una columna de fusileros sobre la ladera del cerro San Bernardo, reforzó
su flanco izquierdo, y organizó sus piezas de artillería.
En
la mañana del 20 Belgrano ordenó la marcha del ejército en formación,
disponiendo la infantería al centro, una columna de caballería -al mando de
José Bernaldes Polledo- en cada flanco y una nutrida reserva al mando de Manuel
Dorrego.
El
primer choque fue favorable a los defensores, ya que la caballería del flanco
izquierdo encontraba dificultad para alcanzar a los tiradores enemigos por lo
empinado del terreno.
Poco
antes del mediodía, Belgrano ordenó el ataque de la reserva comandada por
Dorrego sobre esas posiciones, mientras la artillería lanzaba fuego sobre el
flanco contrario.
Al
frente de la caballería, condujo él mismo una avanzada sobre el cerco que
rodeaba la ciudad. La táctica fue exitosa; columnas de infantes rompieron la
línea enemiga y avanzaron sobre las calles salteñas, cerrando la retirada al
centro y ala opuesta de los realistas. El retroceso de los realistas se vio
dificultado y, finalmente, se congregaron en la Plaza Mayor de la ciudad, donde
Tristán decidió finalmente rendirse, mandando tocar las campanas de la Iglesia
de La Merced.
El
enviado realista a parlamentar negoció con Belgrano que al día siguiente los
soldados abandonarían la ciudad con honores de guerra, y depondrían las armas.
Belgrano garantizaba su integridad y libertad a cambio del juramento de no
empuñar nuevamente las armas contra los patriotas, un gesto inusual que ganó
para su causa a no pocos de los combatientes enemigos.
Los
prisioneros tomados antes de rendición serían liberados a cambio de los hombres
que José Manuel de Goyeneche retenía en el Alto Perú.
La
generosidad de Belgrano, que abrazó a Tristán y lo dispensó de entregar sus
símbolos de mando -los unía una estrecha amistad personal; habían sido
condiscípulos en Salamanca, convivido en Madrid y amado allí a la misma
mujer[]-, atraería sorpresa en Buenos Aires, pero la resonante victoria
silenció las críticas y le granjeó un premio de 40.000 pesos dispuesto por la
Asamblea.
Belgrano
renunció a recibirlo y lo destinó a crear escuelas en Tucumán, Salta, Jujuy y
Tarija; el libramiento de los fondos sería una deuda histórica durante 185
años, hasta que en 1998 se equipó en Tarija la última escuela destinataria de
esa donación. La batalla de Salta fue en la primera en la que flameó la enseña
patria en una acción de guerra.
Belgrano
nombró a Díaz Vélez gobernador militar de la provincia de Salta y éste colocó a
la bandera argentina por primera vez en el balcón del Cabildo y los trofeos
apoderados de los realistas los ubicó en la Sala Capitular.
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