martes, 19 de febrero de 2013

20 DE FEBRERO DE 1813. BELGRANO TRIUNFA EN LA BATALLA DE SALTA.


La batalla de Salta fue un enfrentamiento armado librado el 20 de febrero de 1813 en Campo Castañares, hoy zona norte de la ciudad de Salta, en el curso de la Guerra de la Independencia.
El Ejército del Norte, al mando del general Manuel Belgrano, derrotó por segunda vez a las tropas realistas del brigadier Juan Pío Tristán, a las que había batido ya en septiembre anterior en la batalla de Tucumán.
La rendición incondicional de los realistas
garantizó el control del gobierno rioplatense sobre buena parte de los territorios del antiguo Virreinato del Río de la Plata, aseguró la región y permitió a los patriotas recuperar, provisoriamente, el control del Alto Perú.
Belgrano aprovechó la victoria patriota de la Batalla de Tucumán, librada los días 24 y 25 de septiembre de 1812, para reforzar su ejército. En cuatro meses logró mejorar la disciplina de las tropas, entrenó y reclutó efectivos como para duplicar su número. El parque y artillería abandonados por Tristán en la anterior batalla le había permitido organizarse con mucha mayor soltura. A comienzos de enero, emprendió la marcha hacia Salta. El 13 de febrero, a orillas del río Pasaje, el ejército prestó juramento de lealtad a la Asamblea Constituyente que había comenzado a sesionar en Buenos Aires pocos días antes, y a la bandera albiceleste diseñada por Belgrano.
Tristán, entretanto, había aprovechado la ocasión para fortificar el Portezuelo, único acceso a la ciudad a través de la serranía desde el sudeste; la ventaja táctica que esto le suponía hubiera hecho el intento imposible, de no ser por el superior conocimiento de la zona que los lugareños aportaran.
El capitán Apolinario Saravia, natural de Salta, se ofreció a guiar el ejército a través de una senda de altura que desembocaba en la Quebrada de Chachapoyas, que les permitiría empalmar con el camino del norte, que llevaba a Jujuy, donde no existían fortificaciones semejantes. Aprovechando la lluvia que disimulaba sus acciones, el ejército emprendió la marcha a través del áspero terreno, avanzando lentamente a causa de la dificultad de transportar los pertrechos y la artillería.
El 18 de febrero se apostaron en el campo de los Saravia, mientras el capitán, disfrazado de indígena llevaba mulas cargadas de leña hasta la ciudad, con la intención de informarse de las posiciones tomadas por la tropa de Tristán. El día 19, gracias a la inteligencia de Saravia, el ejército
marchó por la mañana con la intención de acometer las tropas enemigas al amanecer del día siguiente. Tristán recibió noticia del avance, y dispuso sus tropas para resistirlo; alineó una columna de fusileros sobre la ladera del cerro San Bernardo, reforzó su flanco izquierdo, y organizó sus piezas de artillería.
En la mañana del 20 Belgrano ordenó la marcha del ejército en formación, disponiendo la infantería al centro, una columna de caballería -al mando de José Bernaldes Polledo- en cada flanco y una nutrida reserva al mando de Manuel Dorrego.
El primer choque fue favorable a los defensores, ya que la caballería del flanco izquierdo encontraba dificultad para alcanzar a los tiradores enemigos por lo empinado del terreno.
Poco antes del mediodía, Belgrano ordenó el ataque de la reserva comandada por Dorrego sobre esas posiciones, mientras la artillería lanzaba fuego sobre el flanco contrario.
Al frente de la caballería, condujo él mismo una avanzada sobre el cerco que rodeaba la ciudad. La táctica fue exitosa; columnas de infantes rompieron la línea enemiga y avanzaron sobre las calles salteñas, cerrando la retirada al centro y ala opuesta de los realistas. El retroceso de los realistas se vio dificultado y, finalmente, se congregaron en la Plaza Mayor de la ciudad, donde Tristán decidió finalmente rendirse, mandando tocar las campanas de la Iglesia de La Merced.
El enviado realista a parlamentar negoció con Belgrano que al día siguiente los soldados abandonarían la ciudad con honores de guerra, y depondrían las armas. Belgrano garantizaba su integridad y libertad a cambio del juramento de no empuñar nuevamente las armas contra los patriotas, un gesto inusual que ganó para su causa a no pocos de los combatientes enemigos.
Los prisioneros tomados antes de rendición serían liberados a cambio de los hombres que José Manuel de Goyeneche retenía en el Alto Perú.
La generosidad de Belgrano, que abrazó a Tristán y lo dispensó de entregar sus símbolos de mando -los unía una estrecha amistad personal; habían sido condiscípulos en Salamanca, convivido en Madrid y amado allí a la misma mujer[]-, atraería sorpresa en Buenos Aires, pero la resonante victoria silenció las críticas y le granjeó un premio de 40.000 pesos dispuesto por la Asamblea.
Belgrano renunció a recibirlo y lo destinó a crear escuelas en Tucumán, Salta, Jujuy y Tarija; el libramiento de los fondos sería una deuda histórica durante 185 años, hasta que en 1998 se equipó en Tarija la última escuela destinataria de esa donación. La batalla de Salta fue en la primera en la que flameó la enseña patria en una acción de guerra.
Belgrano nombró a Díaz Vélez gobernador militar de la provincia de Salta y éste colocó a la bandera argentina por primera vez en el balcón del Cabildo y los trofeos apoderados de los realistas los ubicó en la Sala Capitular. 

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