Cierro los ojos y veo esa escena, veo venir una pelota transparente,
de plástico. Y oigo el grito de ¡gol!.. Es él, con su voz gastada, que se hace oír
y sonríe del otro lado del patio, al lado de la pileta de cemento donde mamá
lava la ropa.
Arriba, el cielo cercado de balcones y
pasillos del conventillo. En esa escena tal vez yo tengo 3, 4 años. Está frente a mí con su voz española, ese hombre venido del otro lado del océano, o gaita como le dicen en la familia, el superhombre que pudo sostener media docena de operaciones de hernia hasta que en el hospital le dieron la voz de alto al trabajo, porque ya no había tejido que sostenga costura y operaciones.. Acostumbrado a levantarse temprano y a la lucha permanente, Danilo –ese era su nombre- no se entregó así nomás a lo que venía, la vida de jubilado. O tal vez si, se entregó por completo a quienes lo rodeaban.
pasillos del conventillo. En esa escena tal vez yo tengo 3, 4 años. Está frente a mí con su voz española, ese hombre venido del otro lado del océano, o gaita como le dicen en la familia, el superhombre que pudo sostener media docena de operaciones de hernia hasta que en el hospital le dieron la voz de alto al trabajo, porque ya no había tejido que sostenga costura y operaciones.. Acostumbrado a levantarse temprano y a la lucha permanente, Danilo –ese era su nombre- no se entregó así nomás a lo que venía, la vida de jubilado. O tal vez si, se entregó por completo a quienes lo rodeaban.
Él, que había trabajado en interminables jornadas hombreando
bolsas de café, lidiaba ahora con extrañas jornadas en las que ya no sería
quien trajera el sustento a la familia, jornadas en las que mi vieja –a fuerza
de trabajar por horas en varias casas-, diariamente arrimara la plata para el
alquiler, otras cuentas y la comida, jornadas en las que las palabras “no
podemos” comenzaban a hacerse cotidianas.
Desde esa realidad resignada él empezó a despedirse, aunque
nadie en casa nos dimos cuenta de eso.
Su adiós fue tenue, ahora me estoy dando cuenta de esas
cosas. Tenue como la lámpara en la mesa de luz, como la Spica al oído, sintonizando
la escasa música gallega que por entonces pasaba la radio.
Una pequeña gaita, del tamaño de un llavero, colgó agónica
durante un tiempo en la pared del patio que él había hecho revocar. Esa gaita
era el último vestigio de su tierra y quizá, mudo testigo de su esfuerzo para darnos una vida mejor. Mejor de
la que él tuvo.
Porque Danilo no sabía –no supo-, leer, ni escribir. ¡Si
mamá le tuvo que enseñar a firmar poco después que se jubiló para que pudiera cobrar
sin tener que entintarse el pulgar!.
Sí: él no había ido nunca a una escuela, pero cada mediodía
nos esperaba a mi hermano y a mí con la comida en la mesa. Y se hacía tiempo
para tener a mi hermana como una reina, o una princesa, porque Daniela, por
entonces, tenía -apenas-, un año.
Ahora, en estos días en que yo he sabido algo del esfuerzo,
me doy cuenta cuanto te extraño: cuanto te necesito.
Me gustaría abrir los ojos y verte venir cansado pero feliz,
con tu ropa de trabajo, y transpirado y con el bolso de lona azul en el que
siempre traías algo a casa, -la lata de dulce de membrillo -síntoma inequívoco
de que habías cobrado-.
Cuántas veces al tomar las manos de mis hijos recobré mi mano
en tu mano áspera, los dos rumbo a la feria de Tristán Narvaja de la que yo regresaba
–indefectiblemente-, agarrado a las manijas de las bolsas que vos cargabas.
Y ahora, como tantas otras veces que veo acercarse el Día
del Padre, sos una imagen permanente.
¡Cómo me gustaría verte entrar por la puerta de casa,
sentarte a la mesa, mostrarte el jardín, los malvones que tanto les gustaban a
mamá y a vos, verte descansar, abrazarte fuerte, decirte ¡Te quiero!, decirte
que me perdones porque nunca te dije PAPÁ, nunca.. Siempre te dije Danilo, y
aunque no tengo tu apellido (me diste otras cosas más importantes, un ejemplo,
por ejemplo…), siempre me sentí tu hijo..
Cierro los ojos y te veo caminar. Rumbo a tu trabajo después
de almorzar apurado, te veo ir otro mediodía, repetir ese camino de 37 cuadras –un
día las conté-, que hacías cuatro veces al día, con tu ropa Ombú azul.. te veo
caminar y quisiera decirte ( y gritarte), ¡Volvé Papá, volvé viejo, quedáte un
rato más en casa, descansá..! No te imaginás cuánto te quiero, no sabés cuánto
te extraño, no te imaginás cuánto te necesito…
A mi PADRE, Danilo.
Pedro Pallero
A mi PADRE, Danilo.
Pedro Pallero
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