jueves, 21 de agosto de 2014

A todos nos pasa - "Por favor" (Escribe: Danilo Pérez)

Por favor
Empujar la puerta y que no se abra, pese al cartelito que anuncia “abierto”, en un comercio, se va haciendo costumbre. Me podrán decir que el tema de la seguridad nos hace caminar por la fina cornisa donde confluyen la precaución y la paranoia, y que eso nos mueve a cambiar costumbres que antes eran habituales, pero de ahí a que a uno le abran la blindada puerta de vidrio, entre, y después de largar un sonoro “buen día”, apenas nos responda una andanada de miradas sigilosas, profundas, meticulosas, de arribabajo, como quien dice, parece extraño. 
Podrá especularse con que los comerciantes ya están como curados de espanto y entonces deben cavilar un instante antes de dejar que entre cualquiera, pero no es ese el asunto. La cuestión es el saludo que nadie devuelve. En medio de otros prototipos humanos como uno, hasta se empieza a sentir raro. Pasa que las miradas de reojo hasta te ponen en vergüenza, incluso en duda. Porque uno se pregunta: ¿habré pronunciado mal alguna palabra… habré gritado alguna incoherencia en lugar de decir buendía… tendré los pelos parados, las medias de diferente color, el pantalón con el cierre bajo…? también uno se queda en esa mirada introspectiva un momento. Sin embargo, al salir a la calle, la cosa pasa al olvido. Claro, hasta que uno se cruza a la panadería. 
Entramos, pedimos directamente nuestro kilo de pan y el panadero nos responde mientras carga la bolsa en su balancita “Buenos días, no?”… -Pero ¿cómo? Entonces no todo está perdido, saludamos claro está, vamos a la caja y una señora de sacón negro nos atropella buscando pagar primero, -y eso que si me pedía permiso obviamente le dejaba mi lugar-, pienso. Bueno, y allá vamos, a la deriva buscando una pizca de cordialidad que nos reconcilie con las normas de urbanidad. Nadie va a pedir que el señor que cruza alocadamente en su auto de cristales negros nos deje pasar antes que él en una esquina, ya tampoco vamos a esperar que si uno tiene un paro cardíaco en la vía pública la gente se atolondre por atenderlo. 
Tampoco ya esperamos que el pibe que se hace el dormido en el colectivo despierte su cortesía y ceda su asiento a una mujer embarazada. Menos aún que el colectivero nos devuelva el saludo o que alguien se disculpe en el tren por un punzante pisotón. O que la cajera del super deje de contar la plata, nos ayude a meter en las delgadísimas bolsas las cosas que le acabamos de comprar y diga una vez –solo una vez- “Gracias”. 
Nadie pretende que se haga costumbre abrir y detener la puerta del banco, la municipalidad o la estación de servicio, -o cualquier otra puerta- a la persona que viene detrás, ni tantas otras rarezas que se han perdido en el tiempo y que seguramente quien lee –si tiene algunas décadas encima- recordará con holgura. Ni hablar de que se nos reciba con una sonrisa decente, que alguien nos lance un “Diostebendiga”, ni un ya arcaico “Usted disculpe”.
No, nadie pretende recuperar todo eso que nos quitaba el tedioso hábito de calentarnos frente a un desplante y se diluía suavemente en unas palabras, permiso, perdón, muchas gracias, por favor. Pero bien que podríamos hacer un esfuerzo, convidar al que se nos cruza con un poco de desinteresada amabilidad. Vaya uno a saber. Capaz que hasta se vuelve costumbre y empezamos a convivir sin tanto desaire en el ambiente. Por favor.

Daniloperezpp@gmail.com



(Este material se publica en la edición de los sábados del diario La Opinión de Moreno)

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