"Mudas"
Una imagen de Betty Boop en la espalda de la remera, exótica y colorida corona en la cabeza, blancos pantalones con franjas en los costados y el micrófono como cetro. Saco forrado en piel blanca, estampado de flores, igual que la camisa, abierta casi hasta la cintura, ajustados pantalones rojos, altas botas de cuero, un collar, raro y enorme colgando del cuello, y la guitarra, sumisa, en sus manos siempre agitadas. La temperatura que sube y baja, la lluvia que va y viene, el viento que silba amenazante, y el aburrido guardarropas, que asoma del placard y en nada se parece al de Mercury ni al de Hendrix.
Sin embargo, aunque la florida ropería con que ambos se subían al escenario bien podría sernos útil para cualquiera de estos días, amanecidos de primavera y atardecidos de invierno. De hecho, muchos mudan de ropas mas allá de la ventisca y la lluvia, disponen de cambios de vestuario cual artista en plena función. Puedo verlos, podemos verlos, tal vez inspirados o influidos por ese vendaval meteorológico que el clima nos asombra cada día, se cambian una vez, otra vez, no se conforman ya con ir de la corbata al moño, de la lapicera al lápiz, de la máquina de escribir a la notebook, de la desnuda calva a la rubia peluca. Además, imbuidos de una creatividad nacida vaya uno a saber en qué poder, se animan a otras mudas, y así alzados saltan de la sonrisa a la mueca, de la piel blanca a la piel negra, de la magia al truco, de la sospecha a la trampa, de la música al silencio, de la sinceridad a la hipocresía.
Mientras nos vestimos con lo que tenemos, mientras volvemos a los zapatos gastados, nosotros sabemos -y ellos saben- que no tienen las manos de Jimmy, aunque se animen audaces a la sonrisa mediática y la sarcástica mirada cuando aciertan una nota, y aunque se animen audaces a gritar una canción de Freddie, ellos en el fondo saben que no son ni parecidos, porque no pueden y no podrán nunca engañarnos. Obligadamente, los conocemos a través de los afiches que todo lo cubren. Los distinguimos de los que crean. Son candidatos a algo, imitaciones mediocres de legendarios líderes, contorsionistas de una sonrisa llena de dientes blancos, esconden una larguísima lengua de sapo que espera una distracción para atrapar algo. Desde su palabrerío extraño, esos –ya sabemos de quien hablamos, todos los conocemos aunque salgan a la cancha con las camisetas cambiadas- no pueden disimular la mentirosa calaña. El traje embebido en el exótico y caro perfume no alcanza a disimular el mal olor de sus intenciones. Les falta algo de ángel, algo de Jimmy, algo de Freddie. Y algo de alma.
Danilo Perez
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