Milagros
Anochece. Espero la llegada del semáforo en una esquina de la ciudad. Llega la luz verde que habilita el paso. Junto a mi baja la vereda una mujer y su carrito, súbitamente alguien a bordo de un auto, gira y frena a centímetros de ella, ambos se insultan, el auto reanuda la marcha. Luego, la madre y su niño/carrito asustados, cruzamos. Me detengo en la parada de colectivos.
Mientras espero, cuento los autos que pasan a media luz, es decir, con un solo faro encendido, cuando llego a diecisiete me pierdo.
Entonces empiezo a contar los motociclistas sin casco, uno, dos, me entrevero un poco cuando cuento los acompañantes con casco y el conductor sin, también me pierdo al contar motos de a tres pasajeros, casco, sin casco, casco. En la esquina, otra frenada brusca. Un hombre baja corriendo del auto, increpa al que le acaba de dar una trompada al techo del vehículo. “¿Por qué me golpeás el auto!”, le grita al caminante, “¡Casi me pisás!”, le contesta, “¡Vos bajaste la vereda!”. Los bocinazos interrumpen la comedia en plena calle, el conductor enardecido regresa al volante, raudo, ciego, pasa el semáforo en rojo.
El colectivo aún no llega, Cuento los conductores que llevan puesto cinturón de seguridad. Aburrido. Cuando llego al tercer hallazgo cambio por otra cuenta. Ahora en mi tediosa y obligada espera, descubro que enfrente un cartel preanuncia “Prohibido el tránsito pesado”.
Entonces ahora relevo los camiones, tres, cuatro, uno de ellos de destartalado paso, sin luces y atropelladamente, se lleva por delante el lomo de burro y los baches llenos de agua al lado de la vereda. Con las piernas enchastradas por la salpicadura, le grito, -¿Qué te pasa, estás borracho?-. Tal vez, pero dudo que me escuche con semejante ruido de fierro viejo.
Atrás del todoterreno llega al fin mi colectivo, subo, mojado y caliente, y más cuando compruebo que las otras personas que aguardaban en la parada disimulan una sonrisa. Están secos, obviamente no se han distraído en estadísticas y esquivaron bien la arremetida del atropellado carromato. Unas horas después, ya en casa, refugiado del atribulado y electrizante devenir del tránsito, encuentro en la página de la Asociación Civil Luchemos por la Vida, una estadística que mete miedo: en nuestro país, el año pasado perdieron la vida 7.896 personas en accidentes de tránsito. Si se distribuye esa cantidad de víctimas entre los 365 días del año, la cifra deja un promedio diario alarmante y a juzgar por lo que se ve en las calles, podrían ser muchas más. Sin dudas podemos pensar que tenemos un Dios aparte. Cada día somos protagonistas de un verdadero milagro.
Danilo Perez
daniloperezpp@gmail.com
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