Carpe Diem
Un
abrir y cerrar de ojos. Un destello apenas. Un leve pestañeo en el que la luz
se dispara y luego nos deja a solas con la oscuridad y algún recuerdo. Cerrar
los párpados y encontrarme con la pequeña mano de mi hermana a quien llevo
sonriente, al jardín de infantes, abrir los ojos y ver el rostro querido de mi
madre, también sonriendo, que camina hacia mi diciéndole a quienes pasan a su
lado “es mi hijo, mi hijo”…. Tenue y veloz el centelleo de luz, muestra ahora
una lágrima por quien se ha ido para siempre, y al mismo tiempo, la carcajada
sonora de mi joven hijo –niño aún- que celebra un gol de Boca. El colorado
rostro de una niña que celebra sus quince años, y el evidente temor de su
mirada al entrar al primer día de clases. Tan exorbitante la rapidez de ese
suceder de impacientes minutos, pugnando por sumar otros sucesos, tan preciso
como la apresurada lectura de quien descubre estas líneas deseando, como todos,
llegar al final.
La
vida, esa película en que todos somos protagonistas, puede ser esa u otra, en
la que un grupo de adolescentes se apretuja ante un montón de imágenes colgadas
en la pared. Allí asoman otros que ya no están, reflejan su juventud y su
pueril valentía. El maestro que los ha llevado hasta allí, les pide que
acerquen sus oídos a las fotos, entonces, susurra dos palabras: “Caarpee…
Dieeemm”. De esa locución latina se desprende una enseñanza que ellos aprenderán
con el tiempo. Fue acuñada por el poeta romano Horacio “Carpe diem, quam
minimum credula postero”, es decir, según me han dicho "aprovecha el día,
no confíes en el mañana". Pero el tiempo, que de eso se trata, nos
atraviesa a cada instante, llevándose el paisaje que nos rodea, llevándonos a
nosotros que somos parte de otros paisajes.
Lo
pienso mientras espero ser atendido en la fila de un trámite burocrático e
interminable. -¿A qué hora cierran?- pregunto, “En 15 minutos, pero siguen
atendiendo a los que están adentro”, me tranquiliza una voz desde más adelante.
Bueno, entonces, al final de cuentas, no hay de qué preocuparse, estamos
adentro. O tal vez debiéramos preocuparnos de los que quedaron afuera. Ellos
supongo, tendrán sus relojes a mano, sabrán que el tiempo vuela, y tendrán
otras cosas que hacer mas importantes que esperar, aún en la certeza de saber
que alguien se ocupará de atendernos.
Danilo
Perez
daniloperezpp@gmail.com
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