MAMÁ
Con una ilusión a prueba de cualquier tormenta, tejió escarpines y diminutos pantalones, lavó pañales –entonces no existía la palabra descartable-, y bombachas de goma, preparó miles de biberones y platos de puré de zapallo, nos acunó hasta el sueño y veló por nuestros primeros sueños, encendió la luz en las noches de temor, aplaudió ante nuestro primer paso, ante el primer garabato de crayones, y ante la primera palabra.
Cuando comprendimos la necesidad de un reto, Ella nos encendió en el pecho la ineludible necesidad de estar a su lado eternamente, aunque después, debió soportar con estoicismo el silencio, la lejanía, y hasta el olvido de quiénes –empujados hacia adelante por el destino-, jamás regresamos a su regazo.
Fue nuestra primera confidente cuando supimos de la palabra amor y éramos tan pequeños y felices que sin saberlo, éramos felices. No solo nos dio la vida: no, además, en su voz y su mirada aprendimos a medir la ternura, la sinceridad, la verdad de los afectos.
Puso en nuestra frente afiebrada su mano –bella y endurecida mano- y curó casi en un susurro la gripe, pero también el cansancio y el magullón del primer fracaso. Con amorosa paciencia nos protegió desde el primer minuto de vida, renunció a sí misma solo por acompañarnos y con su ejemplo nos iluminó el camino para siempre. Mañana es su Día, el día de la protagonista de los milagros. Quienes la pueden abrazar aún y quienes sabemos de su cercanía allá en lo más alto del firmamento, coincidiremos al saludarla por su nombre: MAMÁ.
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