Noche de reyes
El cálido comienzo del año impide cerrar las puertas de las habitaciones y entonces la vigilia se hace más latente en aquella casa de techos altos. Con el paso de las horas los sonidos lejanos se van apagando. El motor de algún auto, el ladrido de unos perros. Hasta que de pronto todo está en silencio y la luz de una luna que imagina enorme se filtra por los brazos abiertos de la ventana. A veces escucha las voces de su madre y su pequeña hermana, despierta por el agobiante calor. Pasa un minuto, o quizás una hora, o tal vez un minuto es una hora, la noche se hace larguísima, agobiante, tediosa, lánguida, pero llena de ansiedades. Escribe pensando en esa noche, muy parecida a la del ya pronto 5 de enero y se suceden atropelladamente las imágenes en su mente. Los pasos de su madre, sigilosos, se vuelven una molestia, no lo dejan escuchar. Los ojos se cierran a veces, pero se mantiene alerta. Cierra los ojos para escuchar con mayor atención. No es una puerta, ni tampoco pasos, no, deben ser otros los sonidos que espera.
Espera otros pasos. Algo de aire entra por la ventana, mueve tenuemente las cortinas. Shhh, escucha. Hay que escuchar, hoy puede ser la noche en que logre verlos. La voz de su hermana, en el cuarto de al lado, ¿está hablando dormida?, ¿es la voz de ella?… pero así no se puede escuchar... Si, ya se imagina las largas capas de colores brillantes, las coronas doradas, las piedras que adornan las coronas. Los ojos se le cierran, tal vez si simula estar dormido ellos se dejen ver. Si, además con los ojos cerrados se escucha. Y ahora un mosquito, lo que faltaba, lo espanta con su mano.
El está boca arriba en la cama, las manos a cada lado, la cabeza en la almohada la mirada fija en el techo, cierra un ojo, descansa, cierra el otro… No puede dejar de pensar en ellos. Y en todo lo que traen en unas enormes bolsas. De colores también las enormes bolsas. Y los camellos, gigantes, que pueden volar, y llegar sin hacer ruido entrar por el pasillo de altas paredes sin hacer el más mínimo ruido, por eso hay que estar atento, escuchar… shhh. Esa misma tarde, casi a la noche, consiguió pasto fresco y lo dejó en una canasta. Y al lado los zapatos, y una lata con agua…
Porque seguramente vienen con una sed enorme los camellos. Y ellos traen cosas maravillosas en esas bolsas, cosas que uno a esta edad no puede imaginar, cosas rarísimas y mágicas, que traen desde muy lejos, de donde vienen ellos, ¿de dónde vienen Melchor, Gaspar y Baltasar? Vaya uno a saber, del cielo debe ser, de alguna estrella, de esa que está iluminando la ventana si de esa enorme luz que entra ahora por la ventana, pero… ¿no es ya de día? ¿Cómo es que la noche ha pasado tan rápido? Corre a buscar los zapatos, el agua no está, ni el pasto, ¿Y en los zapatos? ¡Nada!... ¿Cómo que nada! ¡Un lápiz! ¿Cómo un lápiz! ¡Solamente un lápiz!. La madre que escucha el reproche solitario se ha despertado y con su hermana en brazos lo quiere consolar. “Parece que este año los reyes están pobres”, le dice… El agarra el lápiz, ese lápiz de franjas negras y amarillas que ha deseado tantas veces viéndolo en las manos de sus compañeros y mira hacia arriba en el cielo que empieza a clarear. Con los ojos empañados la mira a la madre. ¿Por qué lloras, Mamá?, le pregunta. Se abrazan en silencio. Ninguno sabe que poderoso obsequio ha sido capaz de dar y recibir en ese instante. Escribe pensando en esa noche, muy parecida a la del ya pronto 5 de enero y se suceden atropelladamente las imágenes en su mente. Escribe sentado frente a la pantalla. Luego imprime esa página y antes de llevarla a corregir, la firma… con lápiz.
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