Parecidos
Tengo que cortarme el pelo pero me causa cierta pereza tener que volver a mi peluquero habitual. Es un buen peluquero, pero habla y habla, y termina inquietándome con su conversación, con sus relatos.
Cada vez que voy, el tipo está sentado en el sillón de barbero, el único en su salón, de cara al espejo, escuchando tangos en una pequeña radio que pone sobre la vitrina, al lado de los peines.
Sin darse vuelta, me observa desde el espejo mientras acomodo la bici, y al oír la campanilla de la puerta de vidrio y madera, me saluda con una sonrisa: “Que dice, don pela”, con esa tonadita arrogante, como si él no tuviera la incipiente calvicie que tiene. Después se levanta lentamente, le baja un poco el volumen a la radio, y me señala el sillón invitándome a ocupar el lugar.
Entonces me siento, alzo el mentón, y el hombre me instala ese paño, mezcla de sábana y poncho, para cubrirme de los pocos pelos que está por desplumar. Ahí, agarra la tijera y el peine y empieza a contar. Siempre tiene algo para contar.
“¿Sabía que tengo un hermano?”, me empezó diciendo la última vez. Antes que abra la boca para largar el Nó, el se respondió solito: “Sí, parece que tengo un hermano. Lo encontré acá. El tipo entró, dejó la boina en esa silla, se sentó y me pidió que le corte rebajadito, que le deje largo en la nuca. Le puse el babero y empecé a cortar, tranqui. Mientras le sacaba la pelusa, le iba viendo la cara al tipo.
Uno mira de reojo, vio, para no molestar. Le digo: Quiere el diario. Bueno, me dice. Buscó la página deportiva. Ahí lo empecé a estudiar mejor, pensé, a este tipo lo conozco. Para escucharle bien la voz le largué: A usté que le gusta el deporte, seguro que es de andar en bicicleta. Entonces el tipo empezó a contarme cosas sobre el piñón, los rayos, el cuadro que tiene que ser de aluminio, que se yo…
Mientras tanto yo le escuchaba la voz y me daba cuenta que esa voz la tenía de algún lado. Mientras le marcaba las orejas me fijé en ese detalle, porque hay orejas de todos los tamaños y formas, pero el tipo ten ía las orejas sumamente parecidas a las mías, igualitas, bah. Y la mirada también, las cejas sobre todo, muy parecidas. Sin contar que se estaba quedando pelado, aunque más que yo seguro.
En una me mira y me dice: -Oiga, le pasa algo, siga cortando, dele que se me hace tarde-.
Para mí que se dio cuenta que lo estaba junando y se avivó. Entonces seguí con mi trabajo. Le recorto las patillas?, le pregunté. -Sí, bien arriba-, me dijo, justo como me las corto yo, mire. Fíjese. ¿Vio?, bueno, el tipo igual. Entonces yo que estaba cansándome de la charla le dije: “¿Y no se le ocurrió preguntarle algo mas íntimo, a ver si eran parientes o qué?, Nó, usté sabe que yo las patillas las corto en silencio, la navaja no perdona. Pero le seguía mirando, la nariz reparecida, así como la mía, elegante pero algo grande, medio turca. Sí, el tipo sin dudas tenía algo que ver con la familia.
Estaba en eso, ya terminando y de ponto me dice: -Oiga, le falta mucho, porque dejé la bici afuera-.
Ahí me cansé, le dije: “Mire maestro, ya terminé, más rápido imposible”, le saqué rápido el babero. Son 50 pesos, le dije. -Bueno, voy a mirar la bici en seguida vengo y le pago-. Ahí salió y si te he visto no me acuerdo. ¿Usté lo vio?, yo tampoco...
El peluquero hizo un silencio largo. Después se arrimó a la vitrina, abrió uno de los cajoncitos y sacó una boina medio azul, gastada. “Mire, se olvidó la boina”, me dijo, mientras se la probaba mirándose al espejo. ¿Cómo me queda?, me preguntó.
Yo, entre incrédulo y esperando un final al relato, le pregunté: ¿Y de dónde sacó eso de que tiene un hermano?. El peluquero, mirándome fijamente desde el espejo, me respondió: “¡Y no ve que somos igualitos!”
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