El circo
A Jodini no le gusta mucho hablar de sus inicios en la vida política, pero si le soban un poco la vanidad, agarra viaje enseguida y empieza a contar historias de su paso por el circo, donde empezó realmente su carrera profesional.
Le fascina contar minuciosamente cuanto sabe de la vida cirquera, o circense, según acostumbra corregir. Dice que en los circos las personas desempeñan trabajos muy diferentes. Hay gente que cocina, gente que limpia, gente que hace mandados, gente que viaja de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo llevando la magia del circo. Jodini asegura que las extensas caravanas llevan a los laburantes por caminos insospechados. Ese ajetreo significa que estén mucho tiempo lejos de la familia y así es como nacen otras relaciones, y las familias se estiran, se transforman, se rompen, y en algunos casos, hasta se forman nuevas familias, precisamente con otras personas que están en el circo.
Vale aclarar que muchos en el barrio creímos durante un buen tiempo que Jodini era el verdadero nombre de ese sujeto arrogante, de mirada fría y sonrisa permanente, pero note el lector de estos párrafos que no era así.
Se trataba de un sobrenombre nacido de un mal entendido. Resulta que una vez, en la feria, para hacerse ver con una mujer que le gustaba, el tipo había hecho aparecer una moneda detrás de la oreja de un pibe. La fémina en cuestión le regaló una sonrisa: “Este truco me lo enseñó Houdini”, le dijo el pretensioso. “La pucha que había sido viejo el mágico”, le devolvió la joven con tono burlón. Al otro día, el pibe de la moneda acertó a pasar cerca del bar donde solía pararse nuestro hombre. Al reconocerlo, el chiquilín le gritó desde la puerta: “Hola Jodini”, sentenciándolo así para siempre.
La cuestión es que Jodini, con sus ademanes grandilocuentes y sus pretensiosas costumbres fue acomodándose a los tiempos históricos del barrio y fue haciendo carrera en las huestes de los primeros republicanos, pero eso es otra historia. Hace unos días, Jodini aprovechó que llovía a cántaros y nadie podía irse del bar sin mojarse hasta las rodillas, y acodado en la barra contó que una vez, cuando el circo se fundió, hubo que vender todo. Y cambiar el personal.
Jodini contó textualmente: “El dueño nuevo era Colifato Decretto, un ingeniero. Era un organizador nato y trajo sus artistas. Se notaba que esa gente no era del ambiente, y que su propósito era cambiar el circo para siempre”.
Por un momento en el bar no volaba una mosca. Y afuera la lluvia seguía cayendo con fuerza. El siguió contando:
-“El cambio se evidenció ostensiblemente en la conducción de cada área: El entrenador de los malabaristas era un ex hombre del servicio secreto, el de los magos, era un banquero, el de los domadores, un ex convicto, el de los trapecistas, un comerciante.
La troupe de payasos estaba integrada por un empresario de medios, un proctólogo y un mago (esos tres sí que hacían reír a la gente con sus números).
Como boletero se quedó el dueño, que no quería arriesgarse a perder ni un mango de las entradas, y como presentador pusieron al tragafuegos, aunque siempre estaba medio disfónico, era el tipo de confianza del dueño, y decía lo que el tipo le mandaba”.
Mientras Jodini avanzaba en el relato, Alfred, el mozo salió de la cocina medio distraido y preguntó: “¿De qué gobierno están hablando?”.
Hubo una risotada general ante el despiste. Aunque Jodini medio ofendido dio por terminada la narración, Alfred se disculpó y la siguió él: “Ya sé como termina el cuento, el tipo vendió todo y el circo tuvo que empezar de nuevo ¿No?”, dijo mientras cargaba en una bandeja los pocillos de café. Busqué con la mirada a Jodini pero ya había desaparecido del bar, como por arte de magia.
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