Días como navajas y noches llenas de ratas
Entró con el viento frío de la tarde. Y de inmediato tuvo la sensación de que afuera se estaba mejor. Un rayo de sol se extinguía por el piso atravesando el bar, revelando partículas de polvo y se apoyaba en el mostrador.
El solitario tic tac del reloj en la pared de fondo, y en el fondo del cuadro, el ruido de la cucharita en la taza, una, dos, tres vueltas, que se detuvo al verla pasar con la bolsa en la mano. No llevaba la notebook, no. Llevaba una bolsa de plástico. La puso sobre una de las mesas y todos se fueron levantando de a poco, en silencio, se fueron acercando, con curiosidad y avidez por el paquete que había traído en sus manos.
Ella se acomodó el cabello, se arremangó y desató en nudo.
Luego comenzó a sacar los desperdicios, una lata vacía, un papel envolviendo restos de pan y fiambre, un envase de leche, un cartón, dos tornillos, un plato partido en dos. Ahí fue cuando sintió el corte en los dedos. Sacó la mano y se miró brotar la sangre desde una línea finita primero, después abundante y gruesa.
Casi por instinto se metió el dedo en la boca. Los que estaban alrededor pronto se sumaron a revolver en la bolsa. Algunos engullían sin mas todo lo que encontraban. Ella sintió que se desmayaba. Y entonces
despertó.
Transpirada, con las manos crispadas apretando la frazada, los pies fuera de la cama. La ventana se había abierto y en viento agitaba las cortinas. Se pasó la mano por la frente húmeda y se puso de pie. Fue hacia la ventana y antes de cerrarla, desde lo alto volvió a mirar hacia la esquina del bar. Frente a la persiana metálica todavía cerrada, sobre un cartón dormía una mujer y dos perros.
Al lado de ellos, un niño revolvía una bolsa mientras un hombre acomodaba prolijamente cartones en un carro desvencijado. Cerró la ventana con fuerza. Después se vistió. Aunque había mas de dos horas antes de su entrada en el colegio, La Tana no pudo volver a la cama. Se acordó de unos versos de Bukowski "Días como navajas y noches llenas de ratas”. Después de desayunar consiguió sacarse el sabor metálico de aquel mal sueño y bajó a la calle. El bar estaba abierto y ella entró. Entró con el viento frío de la tarde. Y de inmediato tuvo la sensación de que afuera se estaba mejor. Un rayo de sol se extinguía por el piso atravesando el bar, revelando partículas de polvo y se apoyaba en el mostrador. El solitario tic tac del reloj en la pared de fondo, y en el fondo del cuadro, el ruido de la cucharita en la taza, una, dos, tres vueltas, que se detuvo al verla pasar con la bolsa en la mano.
Se dio cuenta que no llevaba la notebook, no.
En sus manos llevaba una bolsa de plástico…
Pedro R. Pallero
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