El 1 de mayo de 1889, la Segunda Internacional proclama el Día Internacional del Trabajador.
Cinco años antes, un congreso celebrado en Chicago había reclamado que a partir del 1º de mayo de 1886 la jornada laboral fuera de 8 horas. Ese año, el presidente Andrew Johnson promulgó la ley estableciendo las 8 horas de trabajo diarias, ley que no se cumplió, originando protestas obreras que paralizaron el país por medio de innumerables huelgas, varias de ellas dispersadas sangrientamente.
En nuestro país la lucha por condiciones dignas de trabajo fue a menudo reprimida con saña y violencia. El 1º de mayo de 1909 fue un día especialmente luctuoso: en el homenaje a los mártires de Chicago, los anarquistas se reunieron en la Plaza Lorea, a pocos metros del palacio del Congreso. Para dispersar a la multitud, el coronel Ramón Falcón dio la orden de disparar contra los manifestantes.
Once fueron los muertos en esa oportunidad y más de 80 los heridos, entre ellos, varios niños. La UGT, central sindical socialista y la FORA (anarquista,) convocaron a una huelga general de inusitado acatamiento.
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