Cuentan que un 27 de agosto de 1920, de la terraza del Teatro Coliseo de Buenos Aires, salió la primera transmisión de un programa de radio. Fue la ópera "Parsifal" de Richard Wagner, que interpretaban Sara César y Aldo Rossi Morelli. Conocidos después como "los locos de la azotea", los hombres que dieron vida a la transmisión eran el médico Enrique Telémaco Susini y sus colaboradores César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica. Años después, en 1970, cuando se cumplía medio siglo de aquélla bella escena, el gobierno estableció el 27 de agosto como Día de la Radiodifusión.
"En estuche de cuero y sin rivales -ya que la tele en blanco y negro de entonces, apenas aparecía en las casas ricas-. Con una diminuta mochila que en su interior lleva el audífono blanco. El anhelado tesoro de Danilo –no Yo, sino el verdadero Danilo- era aquella Spica de la que salían pasodobles, jotas, pandeiradas y muñeiras. Por el camino que se abría tras esos ritmos, se acercaba Vigo y Pontevedra a la casa de techos altos y corredor larguísimo.
"En estuche de cuero y sin rivales -ya que la tele en blanco y negro de entonces, apenas aparecía en las casas ricas-. Con una diminuta mochila que en su interior lleva el audífono blanco. El anhelado tesoro de Danilo –no Yo, sino el verdadero Danilo- era aquella Spica de la que salían pasodobles, jotas, pandeiradas y muñeiras. Por el camino que se abría tras esos ritmos, se acercaba Vigo y Pontevedra a la casa de techos altos y corredor larguísimo.
A media mañana, las gaitas inundaban todo
mientras en la cocina se llenaba el aire del aroma al pescado al horno. Un rato después, la voz de Gardel compartía aquella fiesta galega, irrumpía en el ambiente, que se hacía rioplatense de pronto, y aquel sábado en la casa ya pensábamos en la hora de la mesa.
La tarde caería con las novedades del fútbol, que el tipo de la radio ponía en trazos de palabras elocuentes, pintando con los colores de los equipos un paisaje de bullicio: obligado a televisar con la palabra los hogares, sus frases irrumpían en el caserón, desdibujaban el horizonte, iluminaban las primeras sombras de la noche, presagiando el momento de las noticias.
Aquello era la radio, el universo donde aspiraba uno a llegar, la serena luna que alumbraba las calles de un pueblo todo blanco en la lejana tierra española; la ingrávida pelota de cuero, que enredada mágicamente a los pies de un tal Garrincha, podía hacer una fiesta; pasando de la añorada voz de Carlitos, a la naturaleza que en arremetida agrietaba la tierra y destrozaba San Juan.
La radio era todo, el instante en torno al que la abuela Hilda juntaba a sus nietos después del mediodía para escuchar a Pepe Iglesias “El Zorro”; y fue también el presagio de oscuridades con el aterrador “Comunicadonumerouno” de 1976. En las radios estaba todo, y en particular en aquella Spica, allí se cifraba el porvenir, se adivinaba el regocijo y el temblor, la vida y la muerte, la radio en su invitación permanente a la imaginación hacía que Danilo extendiera la siesta dominguera.
Con su camiseta sin mangas, la boina sobre su pecho acunando la Spica, soñando con un campo en las afueras de Vigo, ella –quien sabe- tal vez con alguna canción de Angelillo, de Lola Flores o de Carlitos, en cierta tarde le puso sonido de gaitas a su último recuerdo.".
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