Días como navajas y noches llenas de ratas
Entró con el viento frío de la tarde. Y de inmediato tuvo la sensación de que afuera se estaba mejor. Un rayo de sol se extinguía por el piso atravesando el bar, revelando partículas de polvo y se apoyaba en el mostrador.
El solitario tic tac del reloj en la pared de fondo, y en el fondo del cuadro, el ruido de la cucharita en la taza, una, dos, tres vueltas, que se detuvo al verla pasar con la bolsa en la mano. No llevaba la notebook, no. Llevaba una bolsa de plástico. La puso sobre una de las mesas y todos se fueron levantando de a poco, en silencio, se fueron acercando, con curiosidad y avidez por el paquete que había traído en sus manos.
Ella se acomodó el cabello, se arremangó y desató en nudo.
Luego comenzó a sacar los desperdicios, una lata vacía, un papel envolviendo restos de pan y fiambre, un envase de leche, un cartón, dos tornillos, un plato partido en dos. Ahí fue cuando sintió el corte en los dedos. Sacó la mano y se miró brotar la sangre desde una línea finita primero, después abundante y gruesa.
Casi por instinto se metió el dedo en la boca. Los que estaban alrededor pronto se sumaron a revolver en la bolsa. Algunos engullían sin mas todo lo que encontraban. Ella sintió que se desmayaba. Y entonces